lunes, 13 de febrero de 2012

Let's talk about Malvinas

Cuando tenía tres, iba a una guardería bilingüe que se llamaba The Play Garden, y mi señorita se llamaba Miss Maureen. Ella me enseño muchas de las canciones que le canto hoy a Felipe antes de que se vaya a dormir, como por ejemplo una que habla de unos monos que saltaban en la cama hasta que uno se rompe la cabeza y la mama llama al doctor. Mis padres estaban fascinados con la idea que yo pudiera comunicarme en inglés desde tan chico y me mandaron a tomar clases al British School. Empecé a leer historias como la del Monstruo de lago Ness y a soñar con viajar Escocia e Inglaterra, escuchar a los gaiteros y subirme a un ómnibus de dos pisos. En 1982 había desarrollado una insipiente anglofilia que sobrevivió de manera moderada hasta el día de hoy. En Abril de ese año estalló la guerra de Malvinas. En el patio del colegio Zorrilla, donde hice mi educación primaria, cantábamos “El que no salta es un inglés” y había que saltar si no te sometían a capotón lloroso, que consistía en golpes de puño en la espalda hasta que sucumbieras al llanto. Me acuerdo con definición cinematográfica de la Señorita Teresa de quinto grado, el epítome de la maestra ciruela, gorda, buena, con un lunar en el labio y una voz resonante de contralto ronca. Todas las mañanas la Señorita Teresa nos recordaba que nuestros valientes soldados habían ido a la guerra a defender a la patria y nos instaba a escribirles cartas y enviarles chocolates, como parte de una campaña nacional.  A la hora de salir del colegio, la rutina de cantar la marcha de San Lorenzo cambió durante esa época por la Marcha de las Malvinas. La marcha de San Lorenzo es una Marcha alegre y triunfal que narra un hecho histórico que está presente en el colectivo argentino y nos enorgullece. La Marcha de las Malvinas es triste y oscura y habla de un reclamo de una tierra lejana y perdida. El resultado de la guerra estaba cantado en las marchas. Una vez en casa, escuchábamos a diario los comunicados oficiales de la junta militar que eran transmitidos por todos los medios al unísono. Cambiabas los canales y era la misma transmisión, la radio una fracción de segundo más temprano repetía exactamente lo mismo. Nunca más hubo en mi país un método de comunicación tan efectivo y vertical. Todo ese otoño, que tuvo mas cara de invierno que ningún otro en la historia argentina, seguimos el curso de la guerra principalmente desde los comunicados oficiales y también los extraoficiales de la Señorita Teresa, que fervientemente contaba las hazañas del ejército argentino en el Atlántico Sur. Yo me había obsesionado con la guerra y recortaba las noticias que publicaba La Voz del Interior que se compraba en la casa de mi abuelo materno. Todos los recortes fueron a parar a un sobre de cartulina caratulado conflicto anglo-argentino, que aun conservo.


En esa época estaba partido en dos, los ingleses que hablaban tan bien su idioma, que tenían a los Beatles, obedecían a una reina mala que no nos quería devolver las islas que nos habían robado. Esa fue mi primer perspectiva de Malvinas.
Perdimos la guerra y poco después vino Alfonsín y tanto la televisión como los recuerdos pasaron del blanco y negro al multi-color. Como decían los viejos, no hay mal que por bien no venga y la post guerra trajo democracia, donde florecieron Spineta, Fito, Charly, Mercedes Sosa, Marta Minujín. También volvieron al país miles de exiliados y en plena democracia Argentina ganó sin miedo y con euforia el Mundial de Futbol del '86. Los ochenta fueron insuperables.


En las tres décadas que siguieron al '82, pasaron muchas cosas en el mundo y me pasaron muchas otras a mí. Mi visión sobre Malvinas fue transformándose. La colimba en 1990, me generó un enorme cinismo hacia los conflictos bélicos y una perspectiva horrenda sobre los soldados que perdieron la vida por una causa que desde entonces no pude justificar. Pasé una década completa en la universidad entre Argentina, España y Estados Unidos, donde tuve que mirar desde otros ángulos la realidad y suponerme en la piel de ciudadanos de otros lugares. La mayor parte de la última década la viví en Inglaterra, donde estoy radicado con mi familia. Acá aprendí que los ingleses no nos odian y que en el imaginario inglés la Argentina no es el de un país malvado, y que Malvinas no agita la misma temperatura en la sangre inglesa que en la sangre Argentina. Hay un tema, sin embargo, que irrita a los ingleses de una manera que he aprendido a respetar y a no traer a cuento en la conversación con ellos: La Mano de Dios. El gol que les hizo Maradona en el estadio Azteca el 22 de Junio de 1986 fue la revancha perfecta que consoló al pueblo argentino de la derrota en Malvinas y dejó sangre en los ojos de los ingleses. Fue un triunfo sucio, igual que el de Inglaterra en la Guerra en 1982. En México quedamos a mano.

La historia ha repartido el territorio mundial de una manera orgánica, compleja y caótica donde la justicia no ha sido la regla y donde la gente han migrado, se ha mezclado y creado pueblos nuevos, en muchos casos culturas florecientes y pacíficas, algunas son grandes naciones. No podría ser honesto con mi entendimiento si hiciera eco de la arrogancia de aquellos que han resuelto que las islas claramente pertenecen a uno u otro país. No puedo aceptar el tabú histórico que el gobierno inglés tapa en una nube de espejos y humo en nombre del principio de autodeterminación, y tampoco me gusta la necia actitud patotera del gobierno nacional que no puedo evitar interpretar como hambre de gloria por una causa que no veo tan alta en la lista de prioridades de un país donde todavía hay tanta pobreza y desigualdad. Mi lealtad está con Argentina y las Malvinas para mí serán siempre nuestras, pero lo digo con el corazón y no con la certeza de quien ve aquello que es justo.


Si tuviera la oportunidad, a Cristina Fernández le preguntaría porqué ve tanta urgencia en avivar el tema de Malvinas ahora y si consideró un método de reclamo menos político y más estrictamente diplomático. A los isleños les preguntaría si por un segundo considerarían un plan B. A Cameron le diría: Let's please talk about Malvinas.


lunes, 2 de enero de 2012

Retrato de mi Familia

Queridos Peludos y Pelados,
Este año prometo publicar más frecuentemente en el blog. Estas vacaciones me entretuve en casa editando una película corta que filme en Córdoba con mi familia. Ya lo dijo Douglas Coupland: "todas las familias son psicóticas" y la mía no es una excepción, aunque prefiero definirla como disfuncionalidad balanceada. Ojalá les guste.

viernes, 16 de diciembre de 2011

that time of the year

viernes, 27 de mayo de 2011

Desde el más acá

Volvía ayer a casa en la bici de vuelta del laburo;  pedaleaba sin mucha energía mirando para abajo, siguiendo una grieta finita que observe sobre Clerkenwell Road. Pasando Roseberry Avenue, levanté la vista y vi de fondo la rotonda de Old Street que más o menos marca la mitad del trayecto; me animé un poco ante el prospecto de llegar a casa, chacotear con Felipe y ponerme al día con Inés. Levanté el traste del asiento y empecé a pedalear con más ganas. Volví a mirar el piso y note que la grieta se abría a toda velocidad y más rápido de lo que pudo procesar mi mente, de la grieta aparecieron  vías por las que venía un tren a toda velocidad. Sin ninguna oportunidad de reaccionar chocamos de frente y morí de manera instantánea.
Justamente esta mañana escuchaba un podcast en BBC Radio 4, una entrevista que le hizo Carrie Gracie a Nando Parrado, un sobreviviente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que se estrello en los Andes en 1972. El tipo decía que no había que preguntarse ¿por qué me tuvo que tocar a mí?, que más bien uno se debiera preguntar ¿por qué no me va a tocar a mí?, Según él Dios no elige a quién hace el bien o el mal. Y hablando de Dios, lamento cantarles el fin de la película a todos los creyentes pero tengo evidencia de que Dios no existe, por lo menos no cuando te morís, acá no hay nadie. Soy una pelota de memoria sin cuerpo completamente extirpada de sensaciones y sentimientos y estoy a punto de dejar de ser.


¡Lo parió!, así en un segundo, sin esperarlo, me tocó la lotería de la Muerte y el comentario de Parrado fue mi profecía. Le pido licencia a Douglas Coupland, a quien le tomo prestado el recurso de escribir desde el más allá, para contarles la historia de mi vida y de mi muerte.


En el instante antes de morirme venía pensando en Felipe a quien le llevaba una remera serigrafiada con el dibujo de un león. Por suerte no sufrí ningún dolor, estuve despierto durante unos segundos pero no sentí absolutamente nada; lo primero que llegó fue el silencio y después la oscuridad. La remera esta en una bolsita de plástico dentro de mi bolso, me gustaría que la recuperaran, todo lo demás, lo que quedó de mi bicicleta, el bolso, mi ropa se puede tirar. Y ya que estamos con practicidades, me gustaría dejar sentado algunas cosas que tal vez hubiera sido bueno decir antes de morirme. No me importa si Felipe elije ser Ingles o Argentino, cualquiera sea la elección a mi me gustaría que sepa cosas de mí cuando era chico y que le pregunte mucho a los abuelos y a la Mamá. La gente hoy tiene muy poco registro de su ante-pasado. Pídanle a la abuela que les cuente la anécdota de Bohabdil Abu 'abd-Allah Muhammad XII, rey de Granada, de quien seguramente no descendemos directamente, pero nos gusta entretener la idea. A los abuelos Gringos vuélvanlos locos a preguntas que le recuerden la descendencia Polaca, Escocesa, Italiana y Catalana. Quiero que sepa que esta lleno de parientes antepasados que cambiaron su nacionalidad. Inés, me parece bien que te juntes con otro tipo. No explotes el perfil viudita más que para conquistar. No pienses que me va a dar celos porque no voy a ver nada, y no te persigas o especules con la idea de si  lo apruebo o no, porque seguro que no.


Antes de desaparecer del todo quiero que se sepa que mi vida fue muy privilegiada. Por suerte no me toco ninguna guerra demasiado cerca, excepto Malvinas que duró menos de tres meses y terminó con final feliz: se fueron los milicos. Fui totalmente inmune a la dictadura y que tuve la oportunidad de acceder al conocimiento prácticamente sin ningún límite.


Una desventaja de no haber llegado a viejo, morí a los 39, es que no voy a poder aburrir a mis nietos con historias del pasado. He aquí un sucinto intento de recolección autobiográfica en un párrafo.


Mi primera infancia fue seguramente muy buena, pero lógicamente no me acuerdo de nada, sólo cuentos de que lloraba mucho y que seguramente me hizo muy bien. Mis padres tenían  ambos 25 años recién cumplidos cuando yo nací, en un lugar del mundo donde a pesar de la guerrilla infame que afecto a la Argentina en los 70, nuestra familia vivió en una burbuja indiferente y separada de cualquier tipo de involucramiento y resultamos todos ilesos y sin memoria de lo ocurrido. Mis recuerdos de la infancia, en cambio, son tímidos, llenos de hermanos, primos, amigos, abuelos, navidades, caballos, perros y alboroto. La adolescencia y la secundaria sacaron lo mejor de mí. Tengo un  fotográfico recuerdo un día en el 83 cuando festejamos el primer cumpleaños de la democracia en 7mo grado.Vinieron eras de alegres jingles televisivos pegadizos de campañas políticas y dulces de leche que terminaron con un pasado oscuro que había sido invisible a mis ojos. El colegio de curas fue una experiencia bastante arcaica, donde me trataron de explicar misterios que  jamás fueron lo suficientemente misterioros para estimular mi imaginación y mucho menos mis creencias, pero los recuerdo con alegría. El servicio militar fue una pérdida de tiempo, pero también una inflexión en mi vida y una experiencia de la que saqué buenos amigos. La época de la universidad fue para mí una revelación, el descubrimiento de la ciudad de Córdoba que desconocía, y una sobredosis hormonal que probablemente justifique mi indiferencia a las drogas. Un año sabático en la ciudad más Lúgubre de España fue una conexión con migo y otros misterios mundanos. Cuando volví a Córdoba, sentí muchas ganas de vivir y de soñar y  terminando la carrera tuve un impulso irresistible por mandarme a mudar a otro lugar. Justo en ese momento volví a conocer a Inés, una chica que conocía del coro de la parroquia donde cantábamos en misa. Ella, que había ido al colegio de monjas escolapias, fue la única persona en el mundo que me entendió de verdad, y sin casi nada de tiempo para conocernos "bien" nos mudamos a Buenos Aires donde nos fascinamos el uno con el otro y con el intenso encanto de la metrópolis.  Nos terminamos casando a las apuradas para poder irnos juntos a Ohio, donde gracias a una beca Fulbright pude especializarme en Arquitectura. Este viaje fue de ida, nunca volvimos sino de visita. Los paradigmas de la convivencia en el mundo venían cambiando, un fenómeno reconocido como globalización, y justo tres semanas después de llegados a Estados Unidos pasó lo que pasó el 11 de Septiembre de 2001. En el momento que empezamos a saborear el mundo, el mundo se volvió rancio y se convirtió en un lugar menos hospitable para vivir. Así nos edificamos como extranjeros y recién graduado nos mudamos a New York y empezamos nuestra vida de adultos, tan distinta de la que soñamos pero con una magia impulsada por el propio combustible multicultural de la ciudad y por nuestros treinta años de acumulada creatividad y juventud. No paramos hasta mudarnos a Londres, donde parecía que el mundo gravitaba entonces y donde pensábamos quedarnos un par de años y terminó por convertirse en nuestra residencia permanente. En Londres lo tuvimos a Felipe y se consumó humanamente lo que a veces fallamos en reconocer como felicidad.


A muchos les quedará la sensación de que me morí en la mejor etapa de mi vida, como los mártires de Hollywood que no vivieron para tener canas y nietos. Yo morí justo en la flor de mi madurez a los 39 años, con una vida un poco aburguesada, con algunas notas de bohemia y con ideas más o menos liberales sobre casi todas las cosas. Pequeños triunfos cotidianos, frustraciones moderadas y recurrentes y una pasión calma por seguir viviendo y soñando con un futuro eternamente re-planificado a fuerza de cambios mínimos, ocupaban mi tiempo cuando morí. Hay un montón de proyectos anotados en stickies en mi mac que quedaron en la nada, una planilla Excel con nuestras finanzas que nunca cerraron ni nos cambiaron de manera significativa la existencia. Los proyectos megalómanos en los años que trabajé para Kohn Pedersen and Fox seguramente se construirán y con seguridad me decepcionarían. Las ganas de empezar un emprendimiento propio y proyectos de vivir en aun otras ciudades se fueron conmigo.

A los que nunca les dije que los quiero, mi excusa es un gen de carácter duro y castellano que me lo impidió. Entre nosotros quedará el tácito amor que se percibe cuando no estás.

miércoles, 28 de julio de 2010

Potty Training



El temita de aprender/enseñar a ir al baño por cuenta propia me tiene preocupado. Felipe es para mí una especie de alter ego filosófico que crece en mí cada día. Me provoca preguntas fundamentales como si lo que somos tiene más de crianza o de naturaleza y si es cierto que hay algo de mí en él. Me pregunto a veces si el efecto de un reto tendrá consecuencias buenas o pernicionas en el futuro y más recientemente, después de su segundo cumpleaños no paro de preguntarme qué consecuencias podrá tener en su vida el aprendizaje de hacer pis y caca solo.

Me acuerdo en los años noventa cuando con mis hermanos vivíamos todavía todos en casa, la casa de nuestros viejos,  en esa época íbamos todos a la universidad. Me acuerdo una vez que madrugué antes que los demás para ir a la facu y me encontré en la mesa del desayuno un apunte de psicología evolutiva que Josefina, mi hermana que entonces estudiaba psicopedagogía, que se había dejado en la mesa de la cocina después de una noche larga de estudio. A falta de diario matutino leí con atención y sorpresa un artículo sobre el duelo anal que me quedo grabado para siempre y que he modificado en mi modus pensandi para acomodar mis teorías sobre todas las cosas. En síntesis, el artículo propone que hay una relacion directa entre el rigor en el aprendizaje del control de esfinter anal y la personalidad meticulosa, y la afisión, a veces obsesión por la limpieza. Tanto me pegó el artículo, que tiendo a reducir todo conocimiento psicológico a un solo factor convergente: la conciencia del control del esfínter o el duelo anal.

Así, en los más de diez años que pasaron, comencé a especular sobre cuál habría sido la experiencia de distintas personas que conocí a lo largo de mi vida, cuando aprendieron a hacer lo propio en la pelela e interpretar sus conductas a partir de estas especulaciones. Cuando nos mudamos con Inés a Estados Unidos, inmediatamente se me represento cómo toda una sociedad, mucho más meticulosa que la nuestra, había sido víctima por muchas generaciones de lo que ellos llaman "potty training". Así aprendí a respetar a personajes a veces desacreditados en nuestra sociedad por su obsesión por el detalle por encima del todo, los nunca bien reputados anales. A los anales hay que recurrir siempre cuando uno tiene una duda con respecto a un código, verificación de control de calidad y por sobre todas las cosas son los que toman mejores notas de las reuniones y no sacaron ninguna conclusión más allá de lo que se dijo, el perfecto opuesto a mí, lo cual me deja pensando cómo hicieron mi Papá y mi Mamá para enseñarme qué había que hacer en esa enorme taza enlosada que había en los setenta que se llamaba pelela.

Hoy la vida me propone un desafío monumental al que jamás me habría enfrentado de no haber sido expuesto a la lectura de aquel artículo acerca de la contención. Felipe reconoce perfectamente el concepto de pis y caca, a tal punto que a veces, para demostrar lo bien que entiende después de gritar un rato largo "caaaacaaaa" anunciando que necesita cambio de pañal, toma una muestra con su propia mano y nos la enseña con cara de asco para que hagamos más expeditivo el trámite. Inés y yo, somos muy conscientes de la importancia de esta etapa anal y estamos decididos a literalmente no cagarle la vida desde tan temprano. Comentando esto con una amiga en el trabajo, ella compartió conmigo una técnica que consiste en envolver pequeño regalos y colocarlos en un estante fuera del alcance del nene y cada vez que correctamente haga pis y/o caca en el "potty" se le entrega un regalo acompañado de sonrisas y aplausos. No pude sino rechazar de cuajo esta sugerencia por asociaciones que no pude evitar entre el premio y por extensión el dinero y la genitalidad y por extensión el sexo. Pensé inmediatamente que estaríamos criando a un perverso propenso a pagar por satisfacciones genitales. A lo mejor mi análisis llego muy lejos, pero por las dudas no lo vamos a intentar.  

Ante la duda sobre qué hacer o si hacer algo o no, me apoyo en la teoría de que ante la duda, la mejor decisión es no hacer nada. En ese contexto y por no tolerar la idea de "entrenamiento" del control del esfínter, Felipe este verano experimenta sólo y nosotros sólamente le insinuamos donde sería más práctico hacer caca y/o pis, en ese orden de importancia. Mientras tanto Inés y yo seguimos limpiando debajo de la mesa, en el pasillo y hasta muy de vez en cuando en la pelela. Yeah! 

martes, 4 de mayo de 2010

Carta de Felipe al Diego


Desde Londres, como todos los argentinos expatriados por el mundo, tratamos de fomentar la argentinidad a nuestros hijos por los medios que están a nuestro alcance. Por ejemplo  el día que le salió el primer diente lo lleve a almorzar un bife de chorizo al Buen Ayre, un restorán argentino cerca de casa. Sin ir más lejos, el fin de semana pasado festejamos el cumpleaños de Felipe y mi mujer preparó alfajorcitos de Maizena para la ocasión.

Yo no soy  partidario de enseñarle a mi hijo a cantar la Marcha de las Malvinas, pero sí me gustaría que cuando crezca se reconozca argentino y que registre su argentinidad sanamente y sin conflictos heredados.
Con el comienzo del mundial en Sudafrica dentro de poco, ví una excelente oportunidad educativa. Esta es la primer copa del mundo para mi hijo de dos años y pensé que era importante hacer algo más que comprarle una camiseta y enseñarle el "vamos vamos". Pense entonces que tenía que ir un tranquito más alla de las frivolidades y fetiches típicos del fútbol y arme este poster para empezar a enseñarle que es importante jugar limplio y lindo para ganar.

Yo tuve la suerte de vivir dos mundiales donde Argentina salió campeón. Ver uno más con Felipe contribuiría a la inexorable evidencia de que se siente mejor ser Argentino que ser Inglés.